Sé que muchos de nuestros lectores son amantes de los grandes relatos y también sé que cualquier pequeña aventura puede dar lugar a una historia épica en la que se recrea el escritor y el lector.
Ésta no es una aventura pequeña, pero sí de las segundas, una historia épica de las que tan sólo unos pocos pueden relatar.
Charlie Tokeley me contactó hace un tiempo para compartir su experiencia en nuestra web y en cuanto ví lo que me ofrecía, no tuve tiempo de pensar, tan sólo la idea de decir que "¡estaba encantado!", me vino a la mente.
Enseguida me puse a buscar en su blog las fotos que decía que podría observar si pinchaba el link que me enviaba y pude contemplar por vez primera un par de lugares "inéditos" hasta hoy día (del Campo de Hielo Norte) y un sinfín de "puertas..." abiertas a mi curiosidad y a mi packraft, mejor dicho... a nuestros packrafts.
Encuentros con "toninas", lobos, zorros o ballenas, la presencia de wilderness en estado puro y el silencio rasgado del agua bajo el packraft, es lo que nos ofrece en su relato.
Escribe con el corazón, y con la mente.
Lo nuevo: el packraft. Lo viejo: Patagonia. Lo épico: 26 días sólo en la región de Aysén.
Su edad: 23 años.
![]() |
Charlie Tokeley en el Glaciar Andrés. Patagonia. Foto original aquí. |
Charlie Tokeley. Región del Aysén (Patagonia Chilena) Enero-Febrero 2016
.....
-"Témpanos pastaban en la laguna como reses, ocasionalmente deshaciéndose en un caos de ruido. Al otro lado de la laguna el icónico glaciar San Rafael se agachaba para degustar las aguas saladas del Pacífico continental. Yo, una figura pequeña en un paisaje de inmensidades, me sentaba en una soledad callada frente a mi diminutiva carpa amarilla montada entre las nalcas (Gunnera tinctoria). Era la primera noche de la expedición, y unas horas antes había visto desaparecer las últimas personas que vería hasta 24 días y 220 kilómetros después. Adentrándome en un oasis salvaje de la Patagonia occidental, mi aventura me llevaría a lugares nunca antes explorados; a ver animales extraordinarios y desde muy cerca; y a vivir un tipo de soledad difícil de encontrar en un mundo cada vez más superpoblado.
Mi
aventura, sin embargo, ya había empezado hace tiempo. Dado mi deseo de ir solo
y mi relativa inexperiencia en expediciones largas debido a mis 23 años de
vida, los numerosos permisos requeridos para emprender una expedición en una
región infame por su mal clima e imprevisibilidad me habían demorado varios meses
-en una ocasión, hasta me habían rechazado. Me obsesioné por la zona,
investigando detalladamente las notas de las escasas expediciones anteriores y
dibujando decenas de rutas en Google
Earth. Recuerdo varias ocasiones en que salí con amigos por la noche y pedí
un agua de la llave en vez de una cerveza, para luego depositar los pocos pesos
que había ahorrado en una alcancía que llevaba la etiqueta ‘Ahorros: Laguna San
Rafael’. Sin patrocinador, sin ninguna persona aparte de mí que me motivara, mi
viaje de soledad ya llevaba casi tres años cuando primero pisé las orillas
boscosas de la Laguna San Rafael el 25 enero de 2016. Mientras la lancha se
alejaba de mí, el ruido del motor disolviéndose en el viento, sentí un
profundo sentido de tranquilidad. Toda la organización, toda la planificación y
toda la burocracia estaba por detrás - ahora me quedaba el puro deber de
disfrutar de un lugar único en el mundo.
-"Témpanos pastaban en la laguna como reses, ocasionalmente deshaciéndose en un caos de ruido. Al otro lado de la laguna el icónico glaciar San Rafael se agachaba para degustar las aguas saladas del Pacífico continental. Yo, una figura pequeña en un paisaje de inmensidades, me sentaba en una soledad callada frente a mi diminutiva carpa amarilla montada entre las nalcas (Gunnera tinctoria). Era la primera noche de la expedición, y unas horas antes había visto desaparecer las últimas personas que vería hasta 24 días y 220 kilómetros después. Adentrándome en un oasis salvaje de la Patagonia occidental, mi aventura me llevaría a lugares nunca antes explorados; a ver animales extraordinarios y desde muy cerca; y a vivir un tipo de soledad difícil de encontrar en un mundo cada vez más superpoblado.
![]() |
Rio Negro y Glaciar San Quintin, Ofqui. |
EL ISTMO DE
OFQUI
Cruzando
el Istmo de Ofqui, una vena ancha de pantano y bosque patagónico que agarra por
el pie la arbolada y casi desconocida Península Taitao al continente americano,
empecé a apreciar la amplia variedad de vida silvestre que habita la zona.
Tenía que pisar con mucho cuidado para no aplastar a los sapos que brotaban de
cada charco y hoyo barroso.
Unos rayados de negro y amarillo (conocido como el ‘sapo manchado’) se destacaban por su belleza, aunque sería una mentira decir que, habiendo visto ya un montón de ellos, les hiciera mucho caso cuando pasé por el mismo canal en el último día de la expedición.
La multitud de aves se hizo aparente, también. Martín pescadores; picaflores; cisnes de cuello negro; carpinteros magallánicos; garzas; jotes, etc. Recuerdo en un momento preguntarme si jamás había pasado un momento en que no pudiera haber avistado a un ave con tal solo alzar los ojos y buscar.
![]() |
Sapo Manchado |
Unos rayados de negro y amarillo (conocido como el ‘sapo manchado’) se destacaban por su belleza, aunque sería una mentira decir que, habiendo visto ya un montón de ellos, les hiciera mucho caso cuando pasé por el mismo canal en el último día de la expedición.
La multitud de aves se hizo aparente, también. Martín pescadores; picaflores; cisnes de cuello negro; carpinteros magallánicos; garzas; jotes, etc. Recuerdo en un momento preguntarme si jamás había pasado un momento en que no pudiera haber avistado a un ave con tal solo alzar los ojos y buscar.
![]() |
Glaciar San Quintin desde la Playa San Quintin, Ofqui. |
Mientras
iba acercándome a la Playa San Quintín –un bellísimo labio de arena que se
extiende por 45 kilómetros a lo largo de la boca del Golfo San Esteban–
algunos mamíferos hicieron sabido su presencia. Acampé en una playa imprentada
con huellas de nutria; un lobo de mar flotaba, flojo, en el Seno Expedición; y
toninas bailaban entre los rompientes de la playa. Caminando por la playa vi
una sombra enorme desaparecer en el horizonte y, unos diez minutos más tarde,
se mostró nuevamente en forma del arco lento y elegante de una ballena sei (Balaenoptera borealis) –mientras, los huesos jurásicos de una cantidad de sus ancestros se encontraban botados por lo largo de la playa.
![]() |
Bahía Kelly |
Estuve
consciente de que la parte más impresionante de mi viaje estaba por venir. Al
cruzar la Bahía Kelly y adentrarme en los bosques del continente, me estaría
uniendo a una lista privilegiada de personas que habían puesto pie en la
región.
Después
de un breve, aunque duro e inesperado tramo por el bosque, inflé el packraft
sobre las arenas pálidas de la Punta Blanca. Lanzándome a las aguas azules de
la Bahía Kelly, pude apreciar el panorama espectacular de las montañas que
brotaban del Campo de Hielo Norte. A la distancia, picos blancos y puntiagudos
cantaban serenatas a los cielos; más cerca, cerros empinados y boscosos se
jactaban de sus bibliotecas de verdes y negros, bajando hasta la hila azucarada
de playa al otro lado de la bahía. Saltando al lado del packraft, un grupo de cinco
toninas (Tursiops truncatus) me acompañó durante uno de los tramos más espectaculares de la primera
semana.
AL GLACIAR
ANDRES
La subida del Rio Andrés era inexplicablemente
dura. Durante dos días luché con todo mi esfuerzo para llegar al lago donde se originaba, sobre el cual reina el glaciar Andrés. Al bosque patagónico le
parece faltar una sola ramita para ser impenetrable. Llevaba un machete en la
mochila, pero solo en una ocasión (para abrir un paquete de parmesano cuando no
encontré mi cortaplumas) lo usé; sencillamente, habían demasiadas ramas para
cortar. En cambio, avancé a medio kilómetro por hora, cayéndome hacia adelante
para intentarme parar un medio metro más allá. El único momento de placer en
ese tramo de sufrimiento inexplicable era el espectáculo de una foca cazando un
salmón gigante; era como un show privado mientras subía y bajaba con su captura
en la boca, golpeándolo furiosamente contra la superficie del río.
![]() |
Confluencia. Subiendo el Rio Andres |
![]() |
Campamento glaciar de San Andrés |
En uno de estos, decidí caminar un paso bajo de montaña que, según los mapas que tenía, me llevaría a un valle sobre el que no existe ningún dato de información. El paso era duro a causa de los arbustos de ‘chaura’ (Gaultheria mucronata) que crecían densamente hasta llegar a un cañón rocoso. Los croares de las ranas y el zumbar de los tábanos servían como una banda sonora mientras gateaba constantemente por las piedras, echando vistas al hondo cañón de aguas negras abajo. Viendo que la hora ya llegaba a ser tarde, me fijé en un cerrito a la salida del cañón como mi destino final para esa tarde.
Llegando a la cima de ese cerrito – una dura subida por un bosque ultra denso – mi corazón saltó. Hacia adelante, yacido perpendicular al cañón en el que me encontré, estaba el valle inexplorado. Al fondo, arriba del valle y detrás de unos acantilados empinados de granito, bajaba un glaciar inmenso – el primer glaciar no documentado.
![]() |
Glaciar Inexplorado |
Habiendo avistado al glaciar inexplorado, no podía dejar el lugar sin acercarme a él. Un par de días después – habiéndome recuperado de la dura caminata por el cañón – retomé la ruta con mi mochila entera. Encontré una ruta menos arbustiva para llegar al cañón, después eligiendo inflar el packraft y flotar por sus aguas sin corriente hasta el valle inexplorado.
Unas
siete horas después de haber partido del Andrés, había hecho un campamento en
la orilla de una laguna azul que encabezaba el valle. Un río poco caudaloso
descendía de un cañón arriba – se suponía que provenía del glaciar. Pese a
haber llegado ahí, en todo el día no había visto el glaciar, que se escondía
misteriosamente al otro lado del cañón.
Con
sol perfecto el día siguiente, partí temprano a explorar. Pasando el cañón sin complicaciones,
llegué a un lago de belleza incomparable donde bajaba el tumulto gigante de
hielo glacial al fondo. Acercándome a él por el costado del lago, casi no podía
creer la magnitud y la belleza del glaciar. Al parecer, yo era la primera
persona para poder apreciarlo desde cerca – una idea que me parecía injusto
para este asombroso titán.
Subiendo
la montaña baja al lado sur del glaciar, tuve una vista infinita del campo de
hielo norte. Desenredándose durante 30km hasta el intocado Cordón Aysén, era un
desierto de hielo rodeado de montañas sin nombres.
![]() |
Lago del G.I.1, laguna donde acampó, y al fondo Glaciar Andrés. |
![]() |
Rio arriba hacia el Glaciar Frankel |
![]() |
Campo de hielo Norte |
Al
otro lado de la montaña esperaba otro glaciar. El glaciar había sido visto
desde el otro lado por los expedicionarios de una investigación científica hace
unos años, pero la mayor parte de su entorno y sus características permanecían
desconocidos. Pasé la tarde entera recorriendo sus acantilados, gozando del
buen clima para fotografiarlo. Lo que más destacaba de este glaciar era la
desaparición del lago que una vez antes – según las fotos satelitales – había
en frente. Descubrí que, ahora, se ha secado casi entero y ha dejado una cuenca
grisácea donde unos témpanos se sientan aislados del glaciar principal.
LA DURA
SALIDA
Habiendo
disfrutado tanto de los lugares desconocidos, y con los días pasando rápido,
emprendí el día siguiente la vuelta. Me quedó bajar por el valle inexplorado
hasta salir al río Andrés, de donde retomaría mis pasos hasta tomar un último
desvío al Glaciar San Quintín.
Bajando
por primera vez el río del valle inexplorado, los primeros kilómetros pasaron
rápido. El río estaba bajo, y terminé pinchado el asiento de mi packraft en una
roca, pero el valle era un espectáculo muy lindo; coigües (Nothofagus dombeyi) crecían con sus
troncos negros y retorcidos sobre el río, debajo de acantilados de granito que desaparecían
en las nubes arriba.
Me
equivoqué de forma seria cuando el valle empezó a volverse en un cañón.
Confiando en mis mapas –que no eran de la escala correcta ni eran muy
actualizados– seguí avanzando lentamente hasta, en un momento, me di cuenta de
que no podía volver. En un tramo había bajado con la corriente sin pensarlo, y
no podía remontar contra ella en el caso de que no tenía salida cañón abajo.
El
cañón se iba volviendo cada más estrecho y, abandonando la idea de remar por
los saltos y cascadas que empezaban a ocurrir en el rio, me encontré gateando
de nuevo por sobre piedras enormes. Y, finalmente, las piedras enormes
terminaron y las pendientes de cañón se volvieron verticales.
Sin
otra opción, tuve que subir al bosque arriba del cañón. Nunca en mi vida me he
enfrentado con un terreno tan imposible para caminar. El suelo se componía de
una red de troncos podridos cubiertos en una capa de musgo que no permitía ver
los hoyos entremedios. Un sinnúmero de veces, me caí hasta el pecho entre los
troncos, casi sin poder levantarme con mi mochila de 35kg para seguir. Lluvia
venía, y sabía que pronto la red de verde se volvería una imposibilidad.
![]() | |
|
LA LLUVIA Y
LA LLEGADA
Justo
en el momento que –nueve horas después de entrar al cañón– avisté al Río
Andrés, la lluvia empezó. Era una lluvia que me acompañaría durante 9 de los 11
días restantes de mi viaje. La lluvia se destacó en esta última fase de mi
viaje: una noche en el Glaciar Benito, donde amanecí con mis pies mojados por
un río que había subido 30cm en la noche; la bajada del Rio Andrés con un
triple arcoíris sobre el glaciar que le da su nombre; y, finalmente, cuatro
días encerrado en mi carpa frente al Glaciar San Quintín por lluvia y vientos
fuertes.
Aunque
disfruté de varios momentos en estos días, empecé a anhelar mucho a la casa y a
tener compañía humana. Ya llevaba varios días completamente solo, habiendo
visto y experimentado lugares y experiencias que nunca podía haberme imaginado
antes de partir. El mal clima me recordó de lo peligroso que puede ser la
Patagonia Occidental, y empecé a preocuparme por mi familia y amigos que debían
haberse sentido ansiosos por mí seguridad.
![]() |
Glaciar de San Rafael desde la laguna del mismo nombre. |
![]() |
Mal tiempo y asedio de mosquitos dentro de la tienda de campaña. |
![]() |
Mal tiempo y árboles muertos en la salida del río Blanco. |
En
el último día de la expedición, remé y caminé casi 40km bajo un cielo de nubes
que parecían buques de guerra. Llegando a la Laguna San Rafael, de donde una
lancha me vendría a buscar el siguiente día, me senté en el mismo pedazo de
madera que había elegido como mi banco en la primera noche. Hirviendo agua y
haciéndome un café, me puse a reflexionar. Había sido una experiencia
inexplicablemente dura, y me había prometido muchas veces que nunca me
sometería a hacer algo parecido de nuevo; había aprobado una prueba
dificilísima y escapado con mi vida completamente intacta, junto a un montón de
memorias increíbles, pero sería un loco si volviera a hacerlo de nuevo.
![]() |
Última noche frente al glaciar de San Rafael. |
Respirando profundo, el pantano cercano olía dulce. Un par de toninas
jugueteaban en la bahía. El Glaciar San Rafael, a la distancia, parecía una
alfombra blanca por la que mis ojos caminaron. Sonreí; la topografía de mis
emociones era un espejo perfecto para esta tierra de extremos. Mirando a mi
café, las burbujas pequeñas que se juntaban en la superficie parecieron formar
un mapa del mundo.
![]() |
La luna en la laguna San Rafael, última noche |
........
Desde PlanetaPackraft le damos las gracias a Charlie por su texto y la enhorabuena por haber recorrido este camino fuera de lo común en las condiciones que nos ha contado: a pie y en packraft, de la única forma que hasta allí se puede llegar según nuestra opinión.
Esperamos poder disfrutar de más relatos de Charlie Tokeley en el futuro y que nos quiera relatar sus pasos tal y como nos ha hecho el honor con este viaje.
Gracias.
Esperamos poder disfrutar de más relatos de Charlie Tokeley en el futuro y que nos quiera relatar sus pasos tal y como nos ha hecho el honor con este viaje.
Gracias.
![]() |
El autor en el Glaciar India, inexplorado. |
Joder que bueno!
ResponderEliminarIncreíble!
ResponderEliminar